martes, 27 de mayo de 2008

Política y responsabilidad social empresaria en un mundo globalizado. De las buenas intenciones a las buenas acciones.

La globalización es considerada por muchas personas como uno de los hitos del último siglo. Sus bondades consisten en la desaparición de las fronteras entre los países, el auge de las comunicaciones y la formación de una comunidad internacional entre otras.
Sin embargo, también es necesario tener en cuenta los efectos negativos de la globalización que podrían traducirse en las políticas neoliberales que provocaron una inconmensurable desigualdad entre los países que tienen acceso al capital y a la tecnología y aquellos que no. Precisamente, los países metrópoli construyeron sus imperios a partir de las riquezas obtenidas de los países periferia y de la explotación de su mano de obra barata. De esta manera, “el alimento de las minorías se convierte en el hambre de las mayorías” en palabras de Eduardo Galeano.
La inescrupulosidad con la que se han manejado las personas que se encuentran en las altas esferas de poder en la comunidad mundial es directamente proporcional a la agonía de los países en vías de desarrollo. Es por eso que a partir de este brevísimo análisis es posible abrir los ojos ante la importancia de construir un liderazgo honesto, trabajador, solidario que se busque el bienestar de toda la sociedad.
Es fundamental utilizar la globalización con fines sociales. La clase política y los líderes empresarios deben tener participación activa en este cambio.
La política es el arte de lo posible basada en el sueño de lo imposible. En teoría, los políticos acceden a cargos públicos motivados por fines altruistas y porque poseen ideas y cuentan con herramientas para lograr un cambio positivo en su comunidad. Lamentablemente en la práctica esto no sucede en la mayoría de los casos puesto que la corrupción, la embriaguez de poder, carencia de formación y las controversias partidarias hacen su aparición en escena. Muchas veces los políticos responden a intereses corporativos en lugar de escuchar las demandas del pueblo. En este punto, se abre el juego a los empresarios. Ellos no deben solo omitir cualquier tipo de presión económica sobre el gobierno que vulnere los derechos sociales sino que deben tomar cartas en el asunto, trascender la frontera del egoísmo y participar en la incesante búsqueda del bienestar general. Para ello es imprescindible la cooperación con la política. Deben salir de sus torres de marfil, enfrentar la realidad y pensar estrategias para un cambio.
Aquellos que piensan que la creciente brecha entre ricos y pobres, la injusta distribución del ingreso, la población excluida de los bienes, servicios y derechos fundamentales no es asunto suyo están cometiendo un grave error. Sus empresas y sociedades comerciales no pertenecen a una isla. Por el contrario, están instaladas en una sociedad que sufre graves problemas. Quizás esos problemas no los afecten directamente el día de hoy pero mañana pueden afectarlos indirectamente. Por ejemplo, si en un país la mitad de una sociedad se encuentra bajo la línea de pobreza significa que habrá menos consumidores. Si se origina una guerra civil, el lugar físico que ocupa la sociedad puede llegar a ser destruido por manifestantes. Si se produce una devaluación o las reglas de juego no son claras la empresa sale perdiendo. Estos son algunos de los motivos que explican que la ayuda que presten al conjunto implica un beneficio para ellos a través de la retroalimentación.
Los líderes empresariales tienen las herramientas económicas, impulso creativo, proyectos, capacidad de innovar y posibilidad de influir sobre un país. Todas estas técnicas son muy importantes pero de nada sirven si no hay voluntad. Además de esta voluntad tiene que existir un compromiso que implique una firme convicción acerca de las acciones que se emprenden. De nada sirve que el objetivo sea atemperar la conciencia o conseguir un certificado de responsabilidad social empresaria para instalar un slogan. El “marketing solidario” no debe ser el motor de una acción responsable.
La empresa debe transformarse en un canal de expresión dónde los empleados puedan canalizar su vocación solidaria a través de tareas de voluntariado. También se puede incentivar la creatividad instando a que se presenten diferentes proyectos para el desarrollo social en diferentes concursos. Los empleados de empresas multinacionales tienen una formación muy rica y aportando sus conocimientos para el beneficio de alguien más aparte de la empresa le darían un valor agregado a esa formación.
Además el hecho de organizar foros dónde se discutan planes y se formulen alianzas es una idea más que interesante. De esta manera podrían formarse una cadena de solidaridad entre diferentes empresas que persigan un mismo fin o compartan un objeto social. Por ejemplo, las empresas que tengan por finalidad la explotación de recursos naturales podrían ponerse de acuerdo para perseguir la consecución de sus fines teniendo en cuenta los conceptos de desarrollo sustentable y responsabilidad intergeneracional. Otras empresas podrían abocarse a invertir en educación y tecnología prestando provisiones y asistencia en zonas humildes y con necesidades insatisfechas.
Los grandes estudios jurídicos podrían instalar clínicas en las que se preste asesoría jurídica gratuita a las personas sin recursos. Esta opción representaría un acceso igualitario a la justicia.
En el plano internacional, sería extremadamente positivo crear asociaciones entre sujetos de derecho internacional público, empresas, gobiernos y organizaciones de la sociedad civil que busquen la modificación radical de algunas prácticas nefastas. Por ejemplo la erradicación del trabajo infantil o la deslegitimación de los paraísos fiscales.
Por último, creo que vale la pena destacar que para poder comenzar hacen falta buenas intenciones. Luego las buenas intenciones deben transformarse en buenas acciones.
Además de preocuparse hay que ocuparse y para ello es necesario portar la brújula que señale el camino del trabajo en equipo, de defender principios y valores, de ver la crisis como una oportunidad de cambio, siempre teniendo por norte el bien común.
CF

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